Recordar, con una claridad tan vívida, un acontecimiento sucedido treinta años atrás me provoca emociones encontradas.
De una parte, evidencia la capacidad de esta singular memoria que, desde el principio de mi biografía me acompaña, como un don algunas veces, como una condena en otras.
Además, se abre un abismo por el que me siento caer al tomar consciencia de la edad que tengo, no de la que admito, de la que se empeña en recordarme el maldito pasaporte.
Por último -el entusiasmo de esta sensación compensa todo desencanto de las anteriores-, rememoro aquella noche y soy capaz de absorber su felicidad, de experimentarla otra vez.
Ya no estamos en aquel dulce momento de nuestras trayectorias, sin embargo, la coherencia de nuestros actos nos permite presumir de que, tres décadas después, somos los mismos.
Vestiamos los dos un ajustado pantalón vaquero y una camiseta blanca. Mis rizos al viento, tú no peinabas ni una cana.
Qué bello nuestro aspecto joven, nuestro calendario en blanco, nuestra piel sin cicatrices. Yo no me atreví y tú no avanzaste. Cuántas puñeteras oportunidades nos hace perder el miedo. ¿O la duda? ¿O la falta de esa experiencia que solo se adquiere con los fracasos?
Faro y genista hoy cumplen cuatro meses, Sara -su protagonista- tiene unos cuantos años. Nació su historia entre los acordes de la canción. Aquel día, de hace treinta años, todavía no te preguntabas el motivo por el que se fue, la causa por la que regresa.
Ahora que tengo tres veces aquellos quince, necesitaba escribirte una novela en la cual te explicase que ella siempre te amó, que se sacrificó por ti, que se marchó sin querer irse y que la vida la vuelve a traer a tu lado porque, en algunas ocasiones, premia a quien ha dado tanto.
Esa misma vida que, caprichosa, decidió que mi Sara llegase a tus manos y, después de muchas bajadas al infierno -donde he ido dejando rastro de mis heridas alas- por fin pude decirte que inventé un camino de flores amarillas "Desde el faro de la genista".
Y nos abrazamos con el cariño acumulado en cada concierto al que acudido desde aquel verano de los años noventa.
Desconozco si volveremos a encontrarnos, más allá de un escenario que nos separe. Me dice el reporte de mis desengaños que no es lo mío convertir en carne a los ídolos. Quién sabe. Tal vez solo me decepcionan los que se creen deidades y olvidan que un podio no es un altar.
Llevo puestos tu perfume, tu sonrisa y tu acogida. Me consta que sabes bien cuál es tu lugar. Eso te engrandece todavía más.
Luce esta noche la luna más azul, más hermosa y más brillante del año. Como tu noche y la mía, como tu noche y la mía...
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